4/8/08

Miedo insomne

By LVI



La cama de arriba se confunde con el techo cuando apago la luz. El ventilador hace esfuerzos sobrehumanos para darme una temperatura corporal aceptable, pero no sirve. Mi sangre, otra vez, se convierte en el plato predilecto de los mosquitos, han venido a cenar a su restaurante gratuito preferido. ¿Debería sentirme bien por esto? ¿Alguien sabe?… Coloco música suave mientras llega una respuesta. Me adormezco falsamente a ver si mis ojos se comen el cuento de que estoy exhausta y deciden bajar su “Santa María” respectiva, pero se me antoja un bulto en la oscuridad… parece alguien recostado en la otra cama.
Psicodélicas imágenes me bombardean y mi paranoia grita: “¡Un duende!”, “¡Un fantasma!”, “un extraterrestre”. Cierro los ojos aturdida, pero fingiendo calma y los abro como quien no quiere la cosa a ver si el bulto sigue ahí. Y sí. Resulta que está en el mismo lugar, es real y no se ha movido. “¿Qué es eso?”, pienso, al tiempo que mis ojos se abren más, creyendo que así lograrán enfocar el objeto. Nada. Todavía percibo lo mismo y el “algo” no realiza ningún movimiento. “Mejor lo hago yo”, vuelvo a pensar, entonces, intentando ser lo más natural posible, cambio de posición en la cama-sofá.

Ahora la visión se me dificulta y obligo a la cola del ojo derecho, a vigilar al intruso, que parece tener un brazo. ¿O es que desde el otro sitio no se veía? ¿Cómo diablos puedo saberlo? Lamento no haber ido a misa. Lamento no haberme confesado después de la primera comunión. (Piensa, Laura, puede que te hayan perdonado. Han pasado más de diez años, ¿recuerdas?).
Y sí. Claro que recuerdo. Como también recuerdo que mucha gente sin alma fue la razón más pesada para que yo dejara de asistir a aquellas visitas divinas los domingos. ¿Qué quieres que haga? Yo no vendo almas, ni las regalo. De hecho, es muy difícil conseguirlas.
La discusión con mi álter ego me distrae y por instantes, me olvido completamente que hace un rato me moría de miedo. De esa “reacción irracional a los excesos de imaginación”.

Volvamos a lo nuestro. Mi prima duerme seriamente (Sí, seriamente. Se puede decir que descansa, pero es como si, hasta dormida, supiera que mañana le espera otro día de trabajo estresante). A todas estas, hago lo posible por no hacer ruidos, por bajar la velocidad de mi respiración. Busco a tientas el valor... Aparto la sábana fría de encima y me siento en el sofá tratando de medir las dimensiones de la habitación en penumbras. Sin voltear a mirar el bulto, me levanto con un brazo en el aire y acaricio la pared hasta dar con el interruptor. Lo enciendo.
El ente no identificado era un bolso con ropa de mi prima. Suspiro en un santiamén y finjo buscar alguna cosa en el armario. ¿Un libro? Me dará sueño de verdad. La libreta vieja. Sí… el estilógrafo aún tiene tinta de reserva.
Me siento a escribir y los mosquitos que se alimentaron de mí, ahora están borrachos y apareándose. Paso mi mano con la intención de espantarlos, pero al parecer, se llevaron mi sangre y mi mala suerte. Los he matado. ¿Debería sentirme bien por eso?

La música suave continúa sonando y yo, escribiendo todo aquello que alcanzo a observar, inventando cortometrajes surrealistas, convirtiéndome en verduga de insectos, aún espero una respuesta.