21/2/08

Citando...

"Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente; enfrentar solo los hechos de la vida y ver si podía aprender lo que ella tenía que enseñar. Quise vivir profundamente y desechar todo aquello que no fuera vida... para no darme cuenta, en el momento de morir, que no había vivido."

Thoreau

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P.D. Carpe diem

6/2/08

Relato I - Fragmento undécimo

By LVI





-Marcos… -titubeó, suspirando
-Hueles a cerveza

Lo sabía. Estaba mal esa cercanía. Estaba mal, incluso, pensar en la posibilidad de un beso. Aunque sólo fuese un roce angustioso. Y sólo se le atravesó ese ridículo comentario que terminó por salvar el momento.
Ella rió y, cautelosamente, se separaron, incorporándose en el banco aquel… Testigo mudo de la prevención de un accidente. O un milagro.

-Sorry… -dijo en tono discreto, bromeando quizás.
-Tranquilo –se adelantó ella para salir rápido de la incómoda situación.
Él asintió.
-Yo voy a entrar. No me importa que Camacho me vea… tengo frío.
-Vamos…

Pasaron al edificio y se quedaron en el lobby. Era casi la hora de salida y sólo estaba David, el aburrido recepcionista.
A Marcos siempre le había atraído ese escenario. A pesar de que su ciudad no era la más grande o avanzada, el edificio tenía ese toque tecnológico y oscuro que encontramos en cualquier película futurista. Y era una de las cosas que lo motivaba. Era como mudarse a otros planos.

-Creo que no tengo buenas ideas. Hace más frío aquí…
-Definitivamente
-¿Volvemos a salir?
-¿Qué dirá David? –preguntó con ironía.
Ella resopló divertida y se dirigió a la puerta. Marcos la siguió de nuevo y se mantuvieron afuera, apoyados en una de las paredes cercanas.
Sintiéndose impotente y algo tonto, encendió un cigarrillo. Era una de sus contadas maneras de escapar de las cosas.

-¿Por qué no hiciste la pregunta? –reclamó Karen.
-¡¿Qué?! –exclamó él, concentrándose.
-Tú sabes. La gente normal pregunta: “¿te molesta que fume?”
-¿Y quién dijo que yo era normal? –dijo con dificultad, riendo.
-¿Al menos eres decente?
-No creí que iba a molestarte.
-Ni siquiera invitas…
Volvieron a reír juntos y él sacó un cigarro para entregárselo.

-Así que Karen, la perfecta, tiene un lado oscuro… -bromeó, buscando entre sus bolsillos el fuego.
-Te sorprendería saber qué tan oscuro es ese lado.
-No me digas… -fue lo que pudo responder.

Ella juntó sus manos protegiendo del viento el extremo del cigarrillo. Él acercó las suyas con el encendedor que se había empeñado en fallar.

-Clásico –comentó ella, dándose por vencida.
-Tal vez se niega a que una dama haga esto.
-¿Ah, sí? Pues me asombra su caballerosidad.
Él sonrió y se acercó a un basurero para deshacerse del encendedor.
-Podría encenderlo con el mío.
-No estoy tan desesperada… Gracias.
-¿De verdad? –preguntó inhalando nicotina con mucha fuerza. Casi con placer.
-Eres de lo peor…
-O podría compartir el humo.
-¿Cómo?
-¿Nunca jugaste eso?
-Evidentemente, no.
-Bueno… estás con tu grupo de amigos fumando a escondidas. Todos se sientan en círculo, una persona inhala la primera bocanada, la exhala dentro de la boca de alguien a su lado y ésta inhala para repetir el proceso…
-Fumar a escondidas…
-¿Qué?, ¿tampoco lo hiciste?
-Tampoco.
-Déjame decirte que perdiste la mitad de tu vida.
-Por Dios, qué exagerado…
-En serio. Era lo máximo… La emoción no estaba en fumar, sino en la adrenalina por la sensación de poder ser descubierto, porque era algo prohibido. Y la mejor parte es que no era algo malo del todo. Digo, nadie salía lastimado o ¡qué sé yo!, ¿entiendes?
-Qué interesante –dijo de nuevo con ese aire de saberlo todo.
-Entonces, ¿no quieres que compartamos el humo? –preguntó sin hacerle mucho caso.
-Sigue siendo prohibido.
Él bajó la mirada. Lo sabía.

-Bueno… igual ya se está terminando –trató de deshacerse de la tensión.
-Pero podría intentarlo –dijo ella finalmente y él creyó en los milagros.
-¿Segura? –preguntó sin poder contener su alegría.
-Dale, que se acaba.

Se dispuso a inhalar todo lo que quedaba. Ella se acercó con la boca semiabierta e inconsciente y automáticamente cerró sus ojos. El tiempo pasaba despacio. Tanto, que Marcos alucinaba escuchar sus propios latidos, su pulso y la respiración de ella.
Era su momento. Se deshizo rápidamente del humo y volvió a acercarse a su boca que continuaba expectante. Se dejó llevar por el deseo y finalmente chocaron sus labios. No era un sueño. No podría serlo. La estaba besando. Un beso. El tan fantaseado beso. Lento, impactante, abarrotado de emoción. Y al mismo tiempo, apasionado… como lamer restos de chocolate derretido en su envoltura. Nueve, doce, quince segundos. ¡¿Acaso importaba?! Claro que importaba, ¡idiota, idiota, idiota! Acababa de firmar su contrato de morada al mismo infierno. Aunque pareciese el paraíso.
Pero, un momento. Ella también lo estaba besando. ¡Imposible!
Sus delicadas y perfectamente manicuradas manos reposaban en su cuello. Él sintió esta vez, más intensamente, la necesidad de tocarla y rodeó parte de su espalda con firmeza.


-Tenías razón –dijo ella sonriendo, cuando por fin se separaron.
Él no tenía palabras. Estaba aterrado.
-Eso de la adrenalina, la emoción…
-Ah… ¡claro, claro! –pronunciaba con dificultad.
-Pero sigue siendo prohibido –buscó su mirada
-Yo sé… perdóname, yo no quería…
-¿No querías? Ahora comienzo a dudar si saldrá o no alguien lastimado esta vez...
-No, no, no, entiéndeme…

Y como si de una telenovela se tratase, sus compañeros atravesaron la salida con la bulla característica. Pero no repararon en sus presencias y siguieron hacia la avenida.

-Me tengo que ir –dijo, sin dejarlo continuar y se marchó.

Después de algunos minutos Marcos reaccionó, dio media vuelta y se fue a su casa caminando. Descifrando todavía aquella fiesta de su boca. Chocolate. Uvas. Fresas. Cerveza. Fuego. Nicotina. Saliva. Cielo. Algún día lo descubriría.



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