26/6/08

"Uno debería aprovechar la poesía"

Otra vez publicando cosas sin permiso de sus autores, pero no importa. De antemano pido perdón al señor Agudelo por si alguna vez se entera que lo he hecho y considera una ofensa la presencia de algún poema suyo en este recóndito e intransitado blog...


Uno debería aprovechar la poesía
para hablar mal de la familia
burlarse un poco del Edipo
destrozar con ironías a todas la tías del mundo;
la que quiso que aprendieras guitarra,
la que te hizo recitar en las visitas,
la que te recomendó las vitaminas,
la que te regalaba galletitas hechas en casa.
Uno debería aprovechar el poema
para hablar horrores de los amigos;
de uno que tiene al alma seca,
de otro que se engordó y tiene dos hijos naturales
y algún día les dará su apellido,
del que se acuesta con la mujer que te gusta
o del que te llama a media noche,
del otro que tiene mal gusto y además es moralista.
Uno debería aprovechar la poesía.
Pero no.


Darío Jaramillo Agudelo.

17/6/08

Círculo vicioso

[Transcrito directamente de una hoja]

Por poco olvido el placer casi sexual de escribir. Hice un juicio y declaré culpable a mi hipnosis por la tecnología. Mis manos se volvieron amantes de los teclados con el alfabeto organizado por un tipo con gafas gigantes y siete bolígrafos en el bolsillo de su camisa a cuadros de mal gusto.


Había lanzado toda esta magia a un agujero negro. Fui incapaz de recordar cómo se tensaba mi antebrazo derecho cuando era más adolescente y hacía que alguna página inocente pagara por cualquier injusticia del hogar o del mundo. Y cómo o con qué intensidad enrojecían cuatro dedos de mi mano ahorcando un lápiz de madera tan largo como mi cuarta -cosa que también había borrado mi peligrosa memoria-.
Además, la increíble y atractiva textura de una hoja por detrás, luego de haber volcado un rato de furia o felicidad en ella por el lado opuesto.
Y después, el aroma a grafito, madera, pintura y goma cuando el lápiz era devorado por mi dentadura mientras pensaba maneras de no sonar tan cursi, o me perdía en una ensoñación que nada tenía que ver con lo vivido.

Compré una caja de lápices con la intención de reemplazar al desgastado y adictivo teclado del ordenador.
Utilizo las hojas que quedan de una libreta del semestre pasado. No sé, todavía, si para darle un tono humilde o porque me gustaba mucho el blanco de sus páginas.
Cerca, pero con poco volumen, cantan Sabina, Silvio, Arjona, Cepeda y unas bandas de rock alternativo pasadas de moda. Los escucho luego de haber tomado una ducha caliente, de esas que disuelven demonios, rabietas; inutilidades a las que le damos una importancia que no ameritan. De lo único que me quejo es que, al abrir la puerta, regresas a la misma dimensión de antes porque una odiosa brisa fría se aferra a tu cuerpo, como el melancólico familiar que te espera cuando llegas de algún viaje.

Me he vuelto más cerrada y ya no escribo como antes. Probablemente me contagié de adultez aburrida. No me emocionan las mismas cosas, me avergüenzo de mi pasado, lloro si bebo, tengo muchas ganas de correr y no encuentro un motivo que las justifique. Sólo hay una cosa que tal vez jamás cambiará. Y es el hecho de lograr sentirme parte del resto de la gente (luego de exagerados esfuerzos) y que, justo en el mejor momento; cuando disfruto, río, converso y me uno a la multitud, me vuelven a dar más razones para ser como era. Como he sido.
Como soy.