17/6/08

Círculo vicioso

[Transcrito directamente de una hoja]

Por poco olvido el placer casi sexual de escribir. Hice un juicio y declaré culpable a mi hipnosis por la tecnología. Mis manos se volvieron amantes de los teclados con el alfabeto organizado por un tipo con gafas gigantes y siete bolígrafos en el bolsillo de su camisa a cuadros de mal gusto.


Había lanzado toda esta magia a un agujero negro. Fui incapaz de recordar cómo se tensaba mi antebrazo derecho cuando era más adolescente y hacía que alguna página inocente pagara por cualquier injusticia del hogar o del mundo. Y cómo o con qué intensidad enrojecían cuatro dedos de mi mano ahorcando un lápiz de madera tan largo como mi cuarta -cosa que también había borrado mi peligrosa memoria-.
Además, la increíble y atractiva textura de una hoja por detrás, luego de haber volcado un rato de furia o felicidad en ella por el lado opuesto.
Y después, el aroma a grafito, madera, pintura y goma cuando el lápiz era devorado por mi dentadura mientras pensaba maneras de no sonar tan cursi, o me perdía en una ensoñación que nada tenía que ver con lo vivido.

Compré una caja de lápices con la intención de reemplazar al desgastado y adictivo teclado del ordenador.
Utilizo las hojas que quedan de una libreta del semestre pasado. No sé, todavía, si para darle un tono humilde o porque me gustaba mucho el blanco de sus páginas.
Cerca, pero con poco volumen, cantan Sabina, Silvio, Arjona, Cepeda y unas bandas de rock alternativo pasadas de moda. Los escucho luego de haber tomado una ducha caliente, de esas que disuelven demonios, rabietas; inutilidades a las que le damos una importancia que no ameritan. De lo único que me quejo es que, al abrir la puerta, regresas a la misma dimensión de antes porque una odiosa brisa fría se aferra a tu cuerpo, como el melancólico familiar que te espera cuando llegas de algún viaje.

Me he vuelto más cerrada y ya no escribo como antes. Probablemente me contagié de adultez aburrida. No me emocionan las mismas cosas, me avergüenzo de mi pasado, lloro si bebo, tengo muchas ganas de correr y no encuentro un motivo que las justifique. Sólo hay una cosa que tal vez jamás cambiará. Y es el hecho de lograr sentirme parte del resto de la gente (luego de exagerados esfuerzos) y que, justo en el mejor momento; cuando disfruto, río, converso y me uno a la multitud, me vuelven a dar más razones para ser como era. Como he sido.
Como soy.

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