24/10/10

Metrobús


Veo los ojos de un hombre que, al parecer, no han sido vistos recientemente de día. En el rostro se le ha marcado el diseño de sus lentes de sol. Mira al resto de los pasajeros fascinado. Me veo en él. No necesito esperar a que sonría, sé que las conversaciones ajenas le hacen gracia. ¿Quién es éste hombre? No lleva más que gafas de lectura guindadas al cuello, ropa con tonos marrones, algunos años a cuestas y una curiosidad de niño admirable. En algún momento nos miramos y yo volteo hacia mi ventana. Descubro que buscó verme a través del cristal, desvío la vista nuevamente. Se olvida de mí. ¿Se vio en mí?

Un anciano detrás, se encuentra con un amigo y hablan de béisbol. “¿Cómo estuvo tu día?”, pregunta el amigo. Me causa risa, pero sólo miro hacia abajo y niego con la cabeza, lo que traduce: No puedo creer que la gente se pregunte esas cosas en la calle. Qué agradable. “Ya viene diciembre”, comenta el otro y siento ese aire nocturno de ya pasó todo, ya fue, disfrutemos, tendremos otras oportunidades.

Se sigue llenando el transporte y todo lo lindo se cae cuando me doy cuenta que ha subido una mujer joven, claramente atractiva, cargada con bolsas, objetos y ninguno de los hombres, ni ése de los ojos que no son vistos de día, ni los estudiantes, ni el amigo del anciano, ni otro chico que se sentó a mi lado, ceden el puesto. A pesar del mar de hombros y estilos de cabello, aún puedo ver la cara de aquel primer hombre que ahora parece disgustado. ¿Habrá visto lo que vi? Me concentro de nuevo en la calle. Me gustaría saber qué hace la gente que se sienta en las plazas. Por qué se sientan solos en las plazas. Suena un beso. Me quiero ir. Falta mucho.
En un asiento próximo, una mujer comienza el primer capítulo de una historia.


1 comentario:

Rodolfo Serrano dijo...

Me gustan estas descripciones.