By LVI.
(La primera imagen de mi obsesión.
Lo siento, no he salido últimamente.
Sufro escasez de fotos).
(La primera imagen de mi obsesión.
Lo siento, no he salido últimamente.
Sufro escasez de fotos).
Se perdieron en sus conversaciones y él olvido por completo los demás planes de ese día. Se habían quedado en el mirador que daba al mar. La brisa era adictiva. Había sido una jornada excelente… hasta que a ella se le ocurrió recordar que no debía estar en aquel sitio.
-¡Mira la hora, se nos hizo tarde, tenemos que irnos!
Él exhaló bajando la mirada.
-Lo sé.
-¡¿Y por qué no decías nada?!
-Esperaba que contestaras primero por qué no me habías preguntado hacia dónde íbamos hoy.
-¡Estás desquiciado! –alzó la voz riendo y se levantó dispuesta a irse.
-Ha sido entretenido… -confesó, imitando su gesto.
Dicho esto, ella le regaló una sonrisa cómplice. Y él pensó poder morir en paz. Aunque no sabía si era correcto pensarlo; ya estaba en el cielo.
Regresaron a las oficinas a tiempo y se quedaron fuera del edificio, esperando la salida de sus compañeros, para luego seguir con sus vidas normales.
-Ya, en serio… ¿me vas a decir por qué no preguntaste a dónde te llevaba?
-Dije que te lo diría cuando comprendiera la razón de tu locura.
-“La razón de tu locura” –repitió él con la mirada perdida
-Por Dios… -expresó ella subiendo los ojos
-¿Quiere decir, entonces, que no entendiste?
-Creo que sí. Pero me gustaría pensarlo más… Tú sabes, sería mejor conversarlo después.
-Claro, si así lo prefieres…
-Bueno… de todas maneras, gracias por esas horas…
Dijo alegre y enseguida lo abrazó. Sólo un abrazo amistoso, cruzado y caluroso. Pero demasiado espontáneo para haber salido de ella. Él se sorprendió, pero le correspondió sin dudarlo.
Se separaron rápidamente y se sentaron a esperar.
-¿Sabes que la cerveza deja un olor característico? -comentó
-¡Sí, horrible!, ¡¿será que tengo ese olor?! –preguntó ella alterada
-Sabes también que si bebiste cerveza con otra persona, esa otra persona no puede percibir ese olor… -dijo tratando de molestarla en broma
-No te soporto…
Declaró volteándose con una media sonrisa y él se acercó un poco más para atraer de nuevo su atención, pero antes de poder pronunciar otra palabra, ella se volteó de nuevo y sus rostros estaban muy cerca. Lo suficiente como para activar la alarma de “peligro” en sus cerebros.
Ninguno movió un músculo y tampoco se arriesgaban a bajar la mirada. Querían que sucediera, pero sus respectivos pares de ojos llevaban el mismo cartel. Miedo.
-¡Mira la hora, se nos hizo tarde, tenemos que irnos!
Él exhaló bajando la mirada.
-Lo sé.
-¡¿Y por qué no decías nada?!
-Esperaba que contestaras primero por qué no me habías preguntado hacia dónde íbamos hoy.
-¡Estás desquiciado! –alzó la voz riendo y se levantó dispuesta a irse.
-Ha sido entretenido… -confesó, imitando su gesto.
Dicho esto, ella le regaló una sonrisa cómplice. Y él pensó poder morir en paz. Aunque no sabía si era correcto pensarlo; ya estaba en el cielo.
Regresaron a las oficinas a tiempo y se quedaron fuera del edificio, esperando la salida de sus compañeros, para luego seguir con sus vidas normales.
-Ya, en serio… ¿me vas a decir por qué no preguntaste a dónde te llevaba?
-Dije que te lo diría cuando comprendiera la razón de tu locura.
-“La razón de tu locura” –repitió él con la mirada perdida
-Por Dios… -expresó ella subiendo los ojos
-¿Quiere decir, entonces, que no entendiste?
-Creo que sí. Pero me gustaría pensarlo más… Tú sabes, sería mejor conversarlo después.
-Claro, si así lo prefieres…
-Bueno… de todas maneras, gracias por esas horas…
Dijo alegre y enseguida lo abrazó. Sólo un abrazo amistoso, cruzado y caluroso. Pero demasiado espontáneo para haber salido de ella. Él se sorprendió, pero le correspondió sin dudarlo.
Se separaron rápidamente y se sentaron a esperar.
-¿Sabes que la cerveza deja un olor característico? -comentó
-¡Sí, horrible!, ¡¿será que tengo ese olor?! –preguntó ella alterada
-Sabes también que si bebiste cerveza con otra persona, esa otra persona no puede percibir ese olor… -dijo tratando de molestarla en broma
-No te soporto…
Declaró volteándose con una media sonrisa y él se acercó un poco más para atraer de nuevo su atención, pero antes de poder pronunciar otra palabra, ella se volteó de nuevo y sus rostros estaban muy cerca. Lo suficiente como para activar la alarma de “peligro” en sus cerebros.
Ninguno movió un músculo y tampoco se arriesgaban a bajar la mirada. Querían que sucediera, pero sus respectivos pares de ojos llevaban el mismo cartel. Miedo.
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