20/1/08

Relato I - Fragmento décimo

By LVI.
(La primera imagen de mi obsesión.
Lo siento, no he salido últimamente.
Sufro escasez de fotos).



Se perdieron en sus conversaciones y él olvido por completo los demás planes de ese día. Se habían quedado en el mirador que daba al mar. La brisa era adictiva. Había sido una jornada excelente… hasta que a ella se le ocurrió recordar que no debía estar en aquel sitio.

-¡Mira la hora, se nos hizo tarde, tenemos que irnos!
Él exhaló bajando la mirada.
-Lo sé.
-¡¿Y por qué no decías nada?!
-Esperaba que contestaras primero por qué no me habías preguntado hacia dónde íbamos hoy.
-¡Estás desquiciado! –alzó la voz riendo y se levantó dispuesta a irse.
-Ha sido entretenido… -confesó, imitando su gesto.

Dicho esto, ella le regaló una sonrisa cómplice. Y él pensó poder morir en paz. Aunque no sabía si era correcto pensarlo; ya estaba en el cielo.

Regresaron a las oficinas a tiempo y se quedaron fuera del edificio, esperando la salida de sus compañeros, para luego seguir con sus vidas normales.

-Ya, en serio… ¿me vas a decir por qué no preguntaste a dónde te llevaba?
-Dije que te lo diría cuando comprendiera la razón de tu locura.
-“La razón de tu locura” –repitió él con la mirada perdida
-Por Dios… -expresó ella subiendo los ojos
-¿Quiere decir, entonces, que no entendiste?
-Creo que sí. Pero me gustaría pensarlo más… Tú sabes, sería mejor conversarlo después.
-Claro, si así lo prefieres…
-Bueno… de todas maneras, gracias por esas horas…
Dijo alegre y enseguida lo abrazó. Sólo un abrazo amistoso, cruzado y caluroso. Pero demasiado espontáneo para haber salido de ella. Él se sorprendió, pero le correspondió sin dudarlo.
Se separaron rápidamente y se sentaron a esperar.

-¿Sabes que la cerveza deja un olor característico? -comentó
-¡Sí, horrible!, ¡¿será que tengo ese olor?! –preguntó ella alterada
-Sabes también que si bebiste cerveza con otra persona, esa otra persona no puede percibir ese olor… -dijo tratando de molestarla en broma
-No te soporto…
Declaró volteándose con una media sonrisa y él se acercó un poco más para atraer de nuevo su atención, pero antes de poder pronunciar otra palabra, ella se volteó de nuevo y sus rostros estaban muy cerca. Lo suficiente como para activar la alarma de “peligro” en sus cerebros.
Ninguno movió un músculo y tampoco se arriesgaban a bajar la mirada. Querían que sucediera, pero sus respectivos pares de ojos llevaban el mismo cartel. Miedo.

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