Juró haber querido salvarla.
Él hablaba por su celular con un cliente algún asunto importante. Ellos y sus compañeros, reunidos fuera del edificio conversaban de cualquier cosa con intenciones de hacer lo mismo de todos los viernes.
-Hoy no podré acompañarlos.
-¿Algo que hacer? –preguntó él sin verla, pateando una piedra. Sospechando lo que venía a continuación.
-Cenaré con Miguel Ángel.
-¡Eso! Se puso pilas el hombre… -comentó alguna amiga
Ese nombre de nuevo, clavándole perdigones en la espalda. Porque hasta en eso le ganaba. Tenía un nombre famoso, importante.
Él hablaba por su celular con un cliente algún asunto importante. Ellos y sus compañeros, reunidos fuera del edificio conversaban de cualquier cosa con intenciones de hacer lo mismo de todos los viernes.
-Hoy no podré acompañarlos.
-¿Algo que hacer? –preguntó él sin verla, pateando una piedra. Sospechando lo que venía a continuación.
-Cenaré con Miguel Ángel.
-¡Eso! Se puso pilas el hombre… -comentó alguna amiga
Ese nombre de nuevo, clavándole perdigones en la espalda. Porque hasta en eso le ganaba. Tenía un nombre famoso, importante.
Lo conocía y le había parecido un total imbécil, lo pensó de manera objetiva; fuera de la rabia natural que debería tenerle, pero aparte de todo, era un hombre de poder. Él, en cambio, era sólo un hombre.
-Ah… -fue lo único que él atinó a decir.
-Sí… -agregó ella con esa cara de “no quiero, pero debo”. Y lo miró como rogándole que hiciera algo. Que inventara alguna locura a la cual ella se negaría.
-Ah… -fue lo único que él atinó a decir.
-Sí… -agregó ella con esa cara de “no quiero, pero debo”. Y lo miró como rogándole que hiciera algo. Que inventara alguna locura a la cual ella se negaría.
-Bueno… -dijo él, olvidándose de su conversación telefónica.
-“¿Me escucha?”-sonó del otro lado de la línea.
-Sí, lo escucho… entonces, la cita sería para…
-Nos vemos… -dijo ella, despidiéndose de todos.
-Nos vemos. –repitió él, vulnerable. Derrotado.
A los demás no les afectó en lo más mínimo lo sucedido. Pero él estaba muriendo. El comején que vivía en sus entrañas había resucitado y se lo estaba devorando por dentro. Quiso salvarla. Quiso hacer ese intento y lanzarle una soga para sacarla de las garras de su esposo, aunque finalmente fallara, como siempre.
Colgó el teléfono y se dedicó a oír las conversaciones de nada que entablaban sus colegas.
-Muchachos, me voy a mi casa.
-¡¿Qué pasó?! –preguntó animado el fanfarrón de la banda.
-Estoy cansado…
-Yo conozco ese cansancio…-insinuó una segunda mujer
-Dale, hermano… ¡vamos! Tienes que relajarte… -insistió aquel compañero
-No, en serio, estoy muerto. No miento.
-¿Por qué siempre tan desanimado? –preguntó la más joven
-Mejor discutimos eso otro día. Prometo revelarte todo –bromeó.
-Bueno, ¿qué se hace? Cuídate… -se despidió uno de los nuevos que se integraba al equipo
-Chau, Marcos –dijo una de las mujeres.
Finalizado todo el protocolo informal, regresó caminando a su apartamento, acabando con la caja de cigarros.
Era una manera más de metaforizar su dolor. Aunque no sabía exactamente qué significaba eso… o si realmente debía llamarse así lo que sea que estuviese haciendo.
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